Cuando nos gusta leer, cualquier lugar es bueno. No importa si hay ruido o movimiento, porque
nos “metemos en el libro” y nos transportamos.
Para que la biblioteca sea un lugar de lectura, hay que
empezar por tener la puerta abierta. No
se puede cerrar si no hay realmente una buena razón: un grupo está dentro
leyendo o escuchando y necesita que no circule gente.
Si la sala es grande, eso cambia un poco. Pero igual hay que tener abiertas la puerta y
la mente.
Los libros al alcance de los usuarios y exhibidos de forma
atractiva, las novedades a mano, los que “no se llevan a casa”, siempre llaman
a leer más.
La biblioteca se vuelve un lugar divertido, con cosas para
hacer (origami, juegos de mesa, lecturas rápidas) y lo mejor: un espacio de
encuentro con quienes sienten es mismo interés y amor a los libros.
Se convierte así a la biblioteca, otra vez, en un espacio de
libertad y magia, de imaginación y creatividad, de alegría y amistad.
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